viernes, 16 de diciembre de 2016

El Festival del Pueblo



La gente se preparaba con anticipación al gran evento popular. Se bañaban, perfumaban, se vestían elegantes. Salían sonrientes. Se cruzaban en las calles contando a donde iban. Invitaban a todo el mundo por si no sabían lo que estaba sucediendo. Algunos iban con su pareja, otros con grupos de amigos, otros solos. También compraban flores o algún presente, o a veces nada. Lo importante era asistir.

Toda esa manía empezó hace mucho tiempo, no se recuerda exactamente cuándo. Algunos sugieren que fue cuando se publicó por primera vez en el diario local que debían asistir. Otros dicen que esto sucedió cuando lo escucharon en la radio. Mientras que los devotos afirman haberlo escuchado en la misa de algún domingo lejano.


Pero lo importante era que todos querían estar presentes de la forma que fuese. Hasta que llegó la necesidad de ser parte activa del espectáculo. Por ese entonces el festival se celebraba cuando ocurría, pero sucedió que hubo un mes en particular que el festival se festejo hasta 3 veces por semana. Todas las veces sin previo aviso y de manera natural. Al mes siguiente un grupo de aficionados, aburridos y sumidos en la nostalgia decidieron activar el festival y cometieron el primer suicidio. Un joven se arrojó del edificio más alto del lugar, el campanario de la Iglesia. Una caída en picada de más de 50 metros estallando en el suelo como si fuese un globo lleno de agua. Una vez más el pueblo estaba contento de poder festejar el despliegue de grandeza, color y llanto que era el festival. De esta manera siguieron suscitando más suicidios: sobredosis, ahorcamientos, cortes de muñecas, disparos en la cabeza, etc. El festival se hizo cada vez más popular y hasta venia gente de pueblos cercanos. Lamentablemente, los suicidas voluntarios dejaron de existir y aparecieron los más famosos espectadores activos. Fue entonces que apareció el primer asesino serial quien mantuvo al festival sobre ruedas durante un año y medio hasta ser encontrado por la justicia y ejecutado. De esa manera culmino su obra y espectáculo con un saldo a favor de 500 ediciones festivaleras como espectador y artista y una como artista exclusivo. Su fama recorrió el pueblo y en las semanas subsiguientes aparecieron imitadores y fanáticos que replicaban su accionar matando a sus familias, gente desconocida, al vecino de la vuela, al almacenero, la vieja que nunca quiere devolver la pelota, a los pibes molestos que no dejan dormir la siesta, etc. Uno por uno edición tras edición se fue ejecutando a los festivaleros y festivos hasta llegar al punto en que debo decir que esta edición final no la verá nadie. Es por eso que debía dejar registro. 

sábado, 10 de diciembre de 2016

Todo como antes


¿Por qué no me atraviesa un rayo 
que queme mis fragmentos 
y los haga cenizas dueñas del viento?
Tal vez así me arrope la muerte 
y me lleve el recuerdo. 
¿por qué seguís presente? 
¿por qué no me dejas solo? 
cómo cuando me encontraste, 
y que sea todo como antes. 

sábado, 3 de diciembre de 2016

Tratos absurdos con el Demonio



Era un escritor medio pelo,
para sus adentros lo sabía.
Un día cansado del menosprecio
invocó al Demonio. 
- ¡Quiero ser el mejor escritor de todos los tiempos!
pidió sin titubeos. 
- Eso es probable, eso es posible;
aunque no es fácil de alcanzar, 
para ello deberás chupar... 
Contestó el Siniestro apenas apareció.
El joven artista sin demora
de rodillas se situó. 
Y del Rey del averno la entrepierna devoró. 
El maligno, una vez complacido,
al escritor se dirigió
chupar tu deberías 
pero alcohol yo me refería. 

domingo, 13 de noviembre de 2016

Eso que realmente importa



La belleza, esa que realmente importa
tiene la misma naturaleza 
que los patos sucios, 
que un colectivo lleno,
que el diario de ayer. 

jueves, 6 de octubre de 2016

Las corbatas del señor López




“El hábito hace al monje” dicho popular que hace del disfraz toda una virtud y el siguiente caso no es una excepción.


El señor López se levanta por las mañanas y apaga el despertador siempre cinco minutos antes de que este suene. Se sienta en un costado de la cama y clava su mirada perdida, profunda, atónita ante la blancura de la pared o el picaporte de la puerta. Allí espera que suene el despertador para apagarlo y refregarse la cara con ambas manos, bufando aire matinal. Prefiere sentir el frio del piso con sus pies desnudos, piensa que así se conecta mejor con la inmensidad del mundo en el que se mueve; desea sentirse grande, y a la vez saber que es pequeño. El hormigueo recorres sus pies cuando a paso lento se dirige hacia la cuarto de baño. Odia por sobre todas las cosas tener contacto con el agua fría al lavarse la cara, aunque sabe que eso lo despabila mejor. La furia dura unos segundos, hasta volver a entrar en calor. Cepilla sus dientes con armoniosa tranquilidad y luego enjuaga sus fauces. Hace sus necesidades y mira de reojo alguna revista o librito que hay en el baño piensa que podría leer algo que lo transporte lejos de la tortura, un viaje al extranjero tal vez, pero no se atreve a tocar nada. Vuelve a la habitación, mira la cama revuelta, las nervaduras de las sabanas. Ve la figura perfecta de su propio cuerpo inerte en las noches. Sabe que hay mejores formas de dormir, pero también de despertar. Abre el placar aletargado buscando un par de pantalones. Encuentra unos grises, perfectamente doblados y planchados. Pero toma unos negros, los mismos que vistió el día anterior, la vida anterior. Se viste, y busca los zapatos perfectamente conservados, llenos de polvo. Viaja al inframundo para atarlos y regresa de pie. Vuelve al placar y observa las corbatas. Debe elegir una: verde, roja, negra, a rayas, azul, gris, con lunares, lisa, marrón; no se decide rápido. Piensa en tomar la misma del día anterior, pero cambia de parecer. Toma una que pensaba usar, la última tal vez, la anuda a su cuello y se deja caer.       

lunes, 19 de septiembre de 2016

El extraño caso del club de lectura


Esta es una historia trágica, sucedió en un pequeño pueblito perdido en el norte argentino había un grupo de jóvenes abrumados de aburrimiento. Este pueblito no tenía diversiones aparentes o entretemientos estridentes que todo joven busca para dotar su vida de emoción y adrenalina. Las mañanas comenzaban pasadas las nueve y media, a esa hora se escuchaba al diariero pregonar su venta, pero todos sabían que vendía el diario del día anterior. El único bar que había no abría nunca y cuando lo hacía decía que no podían atender porque no tenían mesas libres; en el bar solo disponían de sillas. La plaza central era un punto de reunión donde los jóvenes solían tirarse sobre los bancos a mirar y contemplar el paisaje. Invariablemente iban por las tardecitas porque al horario de la siesta no era posible, solo había un banco con sombra y siempre estaba ocupado por el vagabundo del lugar quien descansaba a esa hora. Las asoleadas tardes resultaban imposibles de aguantar y los pocos aventureros que salían a caminar por esas horas después de unos días sucumbían en terribles agonías psicodélicas a causa del golpe de calor.

Una de esas tardes, yendo hacia la plaza, un grupo de jóvenes se toparon con un objeto tirado en la vereda. Este era macizo parecía ser un ladrillo feo y de absoluta mala calidad. Hasta en un punto parecía deshojarse y estar compuesto de pequeñas betas. Era de color rojizo y una trama de líneas como si fuese una tela. Ellos contemplaron con asombro el objeto inánime en el suelo. Finalmente, uno de ellos se animo a levantarlo y al sostenerlo, este desprendió migajas de polvo y uno que otro gusano. En una de sus lados poseía unas letras doradas y se podía leer un titulo. Por respeto a los actores originales y por miedo a que esto suceda nuevamente no mencionaremos el mismo. Estos tres jóvenes sintieron curiosidad y uno de ellos tomó el libro y dijo “vamos a leer esto, parece ser un libro”. El resto accedió sin respuesta moviendo la cabeza tímidamente, aun sin saber que era un libro o algo parecido. Decidieron arreglar los turnos de lectura jugando piedra, papel o tijera, y como el libro era demasiado “gordo” decidieron leerlo en tres partes y que cada uno cuente lo que sigue al siguiente en turno.

El primero en leer el libro decidió llevarlo en el bolsillo del pantalón. Caminó hasta su casa y entró rápidamente para que sus padres no lo vieran. Esa noche leyó por completo su parte, obsesionado decidió traicionar a sus  compañeros y emprendió la lectura de otra parte más pero ya no resistió el sueño y durmió. Al día siguiente  se juntaron para escuchar el relato y su amigo no llegaba. Estos dos fueron a buscarlo a su domicilio. Al llegar ahí la madre los recibió entre sollozos y dijo que su hijo estaba muy enfermo, que no lo podían despertar. Los muchachos quisieron ver a su amigo y pasaron a su habitación. El pobre estaba tieso en la cama con el seño fruncido y de vez en cuando lágrimas caían por su rostro, mientras sus labios estaban deformados y a veces repetían “no puede ser, no puede ser”. Los muchachos se apresuraron al salir, no querían ver a su amigo sufrir.

Una vez afuera, uno le muestra al otro el libro “lo he sacado, y es tu turno para leer” dijo. El otro alegre y curioso se apresuro a tomar el libro. Esa misma noche quiso leerlo pero en la televisión pasaban la serie americana que tanto le gusta. Dejo al libro tirado en la cama. A la mañana siguiente intento retomar la lectura pero no lograba concentrarse, había algo que le perturbaba. Desconfiaba de esas páginas casi borrosas y amarillentas. Debía reconocer que la historia era interesante, que la trama intrigaba pero no bastaba para convencerlo. Ahí entre esas hojas había algo más, lo sabía. Es por eso que dejo de leer el libro y salió al encuentro de su amigo, decidido a entregarle ese objeto y a no volver a hablar del tema nunca más. Tomó la bicicleta y pedaleo lo más rápido que pudo hasta el encuentro. Fue entonces cuando recordó algo de la trama, pensó en aquel personaje que lo llenaba de intriga, en esa casa antigua y el asesino oculto del cuarto de atrás. Frenó de golpe la bicicleta, se descolgó la mochila de un hombro y metió la mano rebuscando el viejo libro. Lo abrió y empezó a leer desmedidamente hasta gritar “¡lo sabía!” Momento justo cuando un camión frigorífico lo atropella, desparramando sus viseras por toda la cuadra. El camionero llevaba doce días sin dormir, su record era de 16 días. Se ve que no pudo aguantar y justamente en ese momento se durmió.


Al juntar el cuerpo despegando los pedazos del suelo con una espátula, notaron que lo único que estaba entero era una mano que se aferraba al libro. Los de limpieza decidieron meter todo en una bolsa de plástico negra. La familia afligida por lo sucedido cavó un hoyo en el patio y enterraron la bolsa. Su amigo próximo en leer, decidió que esa clase de cosas no eran para él y se dispuso a contar la historia por todo el pueblo. Nunca nadie le creyó y de a poco dejaron de hablarle. No terminó la escuela, encontró la bebida como única salida y le pareció una buena idea dormir las siestas bajo la acogedora sombra del banco de la plaza del pueblo. Allí me contó la historia hace ya unos años. Ahora, yo duermo las siestas en aquel banco también. 

jueves, 8 de septiembre de 2016

Último minuto



El estadio estaba medio lleno, la noche estaba fresca y había un ápice de lluvia. El aire cargaba un aroma a hierba fresca y tierra mojada. La humedad enloquecía a los espectadores quienes tenían sus ropas pegadas al cuerpo y se movían pesados y sin gracia. Otros vestían el torso desnudo y sudoroso sin pudores. Casi sin alentar, ambas tribunas en suspenso taciturno que rozaba el hastío, ante un segundo tiempo apagado. Todo había ocurrido en el tiempo anterior; los equipos ahora se encontraban con el marcador igualado en dos. Al iniciar el segundo tiempo comenzaron los pelotazos e imprecisiones, la pelota quemaba sus pies y había que revolearla bien lejos, allá donde no moleste.
Alrededor de los 24 minutos del segundo tiempo el director técnico envía la orden para que el “flaco” realice la entrada en calor.  El grandote que jugaba de nueve se había lesionado al chocar con un defensa en uno de los miles de pelotazos. El flaco no jugaba de delantero, ni mucho menos era un goleador de raza. Corría solamente, a veces más, otras menos. Por ahí con suerte tiraba un pase lujoso o acertaba un buen centro, aunque las veces que eso salía bien era por mera casualidad, no porque quería hacerlo. No había otra opción, era lo más parecido a un delantero que tenía.  
El grandote se retiraba arrastrando la gamba a paso lento y cansado dejando en el pasto la huella al pasar. Su cara mostraba el dolor de la lesión y saber que seguramente se perderá el próximo encuentro. No podía creerlo. Otra vez a hacer ejercicios de regeneración y mirar como sus compañeros levantaban la copa. Sólo faltaban dos partidos y estaba a un tanto de ser el máximo goleador del torneo. Lo más importante era que este seria su ultimo torneo, a la edad de 38 años es muy difícil conseguir una renovación de contrato y su físico empezaba a flaquear seguido. Saludó al entrenador al salir y vio en su rostro una fotografía de desolación.   
Nunca contaré con el gol que hace falta con ese plantel tan corto que manejo, pensaba para sus adentros el entrenador. Será que estoy destinado a sufrir siempre. Había sido hincha del club desde siempre, jugó pero no llegó a primera, algunos no cuentan con el talento que se necesita, siempre pregonaba, por eso ahora que ustedes están acá cumplan mi sueño y salgan campeones. Arengas repetidas y que pocas veces funcionan, pero algo había que decirles. Trabajó varios años en otros equipos hasta lograr tener la oportunidad de estar junto a su amor, su club, su barrio, por fin jugaba de local, en la cancha que nunca fue visitante.
El cuarto árbitro sujetaba el cartel y miraba el rostro partido del grandote y a su vez compadeció al flaco; quien se persignó tres veces y dando tres saltos con la pierna derecha dio sus pasos sobre la cancha. Odiaba su trabajo, ni siquiera le gustaba el fútbol, era árbitro, pero por error. Nadie lo sabía. Todo sucedió una fatídica noche en la que estuvo tomando más de lo que corresponde y apostando en el poker. Se le fue de las manos y apostó algo que ni siquiera él quiere recordar. Sus amigos le perdonaron la vida, pero a cambio tuvo hacer el curso de árbitro. A sabiendas que odiaría profundamente, casi como pagar esa apuesta hacer el curso. Toda la historia podría haber terminado ahí pero al perder trabajo en la fábrica de muebles y con su mujer embarazada no dudo de hacer uso de ese recurso para proveer a su familia. Por suerte y para su desgracia era uno de los más reconocidos árbitros y mejor pagados de la liga.
La mujer con su hijo más chico estaban en la platea mirando el partido. Ella llevaba al niño a mirar futbol, a ver a su padre, a que sienta orgullo por él. La esposa pensaba que era la mejor manera de hacer que su marido sufra menos su labor diaria. El niño tenía tres años ya y generalmente se dormía antes de llegar el segundo tiempo. Demostraba el mismo desinterés que su padre por el nefasto deporte. Ella disfrutaba los segundos tiempos de intercambios de camisetas, de olor a hombre sudado, de insultos a las madres de todos, observaba con detalle los cuádriceps exhaustos y fantaseaba con las duchas. Admiraba el físico del grandote que se retiraba y su mirada se distrajo al ver como el cinco elongaba en medio de la cancha.
El cinco sentía una molestia suavecita en el abductor derecho y trataba de relajar el músculo. Veía al flaco entrar en la cancha y dar unas indicaciones al capitán contrario. Sabía que el flaco era derecho y le hizo señas al lateral izquierdo, para que esté atento. Era un jugador rápido y picante, no era bueno pero aveces las oportunidades y la suerte esta de culo y juega todo en contra. Al girar para buscar la pelota, no pudo evitar mirar a la morocha que tenía un nene en brazos y lo observaba obscenamente. Su cabeza se habría poblado de ideas e imágenes pero ahora solo le importaba ir a buscar el lateral que el ocho estaba haciendo.
El volante mendocino que jugaba de ocho, alzó la pelota y dio una rápida mirada por el campo buscando un receptor. El cinco se le acercó pero estaba con una marca y encima, y lo había visto con dificultades en su pierna derecha. Al escuchar la orden del árbitro lanzó la pelota al siete que picaba por la izquierda.
La indómita dio dos piques cortos en el verde césped y antes del tercero se le escapó por sobre el pie del número siete que la mira pasar atónito. Ve como el tres la domina con zurda, la acomoda al segundo toque y se la pasa al dos. Este sin dificultades y jugando por debajo busca al morocho que llevaba la cinta de capitán cerca del cinco de su equipo quien por culpa de su lesión no llega a cubrir el espacio. Todo sucede, antes los ojos del siete que no logra recuperar la compostura.  
El morocho capitán tiene la pelota bajo sus suelas y lo vé claramente al Flaco picando a lo lejos pero no se la pasa. Teme en la posición adelantada, mira a un defensa tratar de seguirlo ante el grito ahogado del cinco rival que llegaba a marcarlo. No puede pensar mucho, el moroco capitán, algo había que hacer; mejor la revolea lejos donde el cuero no queme.
Así la caprichosa de doce gajos pasa de pie a pie, cabeza, pecho y algún taquito majestuoso rodando por toda la cancha como bolita arrabalera. Y el Flaco corriendo detrás de cada posibilidad de acercarse con la ilusión de rozar su perfecta circunferencia.
Y el tiempo pasa, se repetía el Flaco para sus adentros. Y las nubes cada vez más espesas. Sólo caliento el banco, sólo entro a mirar, sólo soy espectador. Las palabras resonaban. El aire estaba espeso como almíbar. Tiro de esquina rival, él parado en el borde del área grande. La pelota lo sobrepasa, vuela, la cabecea el dos, sale del área por la izquierda, la revienta el ocho, el Flaco corre. El Flaco piensa. En una pelota milagrosa que le queda en los pies. Queda poco tiempo. El gol está cerca, la victoria también.  No quiere ser siempre suplente. Cierra los ojos y corre. Escucha voces y gritos a su alrededor. Piensa en su novia que lo abraza y felicita por el éxito. Abre los ojos y la pelota vuela hacia él.  Piensa en qué hermosa se ve con su blusa azul. Domina la pelota con el pie derecho, de sobrepique se escapa unos metros. Qué hermosa le queda esa blusa azul, como le resaltan los ojos. Sale el cuatro a la marca y se le tira a los pies furioso. ¿se casará conmigo? El Flaco lo salta levantando la pelota los suficientes centímetros como para que no se la robe el rival. Un día le regalaré un anillo tan precioso que no podrá decir que no. Corre con pelota dominada unos metros mira al morocho, al capitán, que lo sigue por izquierda; también mira el campo abierto sin rivales. Imagina a sus hijos, el primero será un varón y luego una nena tal vez. La ve a ella cargando un bebé. Teme que no sucederá. Pasa la pelota al capitán. Sigue corriendo. No escucha nada a su alrededor. Cierra los ojos y la ve como la veía por las mañanas. Los abre y no ve nada. Su respiración se agita. Escucha los latidos de su corazón. Cierra los ojos. Ella está ella llorando. Abre los ojos, está cerca del área rival. El morocho quiere gambetear a un defensa y le pasa la pelota. Cierra los ojos y respira profundo. Pide perdón muchas veces. Pide perdón en silencio. Abre los ojos y la pelota está en sus pies. Esta vez domina con el pie izquierdo y la acomoda para el derecho. No rompe en llanto, pero unas lágrimas se escapan por sus ojos. Ve al arquero que está tendido sobre su derecha. El perfil de diestro permite colocar la pelota en la izquierda con facilidad. Cierra los ojos. Está su rostro. Patea con fuerza. ¿Me perdonará? Rompe en llanto. ¿Será gol? Pitido final.           

miércoles, 17 de agosto de 2016

(Me duele) La ciudad




Las rutas que me llevan
Hacia la ciudad,
Ese bar, en esa esquina,
 La parada del 102,
Aquellas cuadras,
Las veredas y sus baldosas
Que relatan mis pasos
Y nuestras historias,
Los cristales limpios de las vidrieras;
Tu saquito marrón
Y tu sonrisa al sol

¡Cómo me duele la ciudad!

martes, 9 de agosto de 2016

Crónicas de un cazador



Como un sabueso estaba al acecho de su presa. La venia rastreando desde hace un trecho largo, buscando el momento perfecto. En la enmudecida noche, con sigilo intentaba pero… algo siempre se interponía. Alguna cría de animal hacia un ruido de más, una luz delataba su presencia, etc. En otras ocasiones le sucedió que perdió el momento por haber perseguido su premio por caminos escarpados, atravesar la espesura del monte o trepar empinadas colinas durante todo el día y toda la noche; llegando así sin las energías necesarias para dar el golpe. Sin embargo, esta era la ocasión para poder conquistar su sueño.
El cazador no estaba del todo en su mejor momento. Los años de gloria estaban mucho más lejos de lo que él se imaginaba. Ya no disponía de un armamento actualizado para la casa de presas costosas, ágiles y agraciadas. Ahora se limitaba a la caza del mercado local. Para sobrevivir pillaba alguna que otra paloma o hasta las gallinas del vecino y con una gomera les disparaba, muchas veces sin acertar. Se imaginaba que derribaba un majestuoso cóndor o un halcón maltes. En su delirio veía todavía aquel afamado cazador de la serranía, donde los leones y pumas de cordillera huían despavoridos al sentir sus pesadas botas repiquetear el paso de caza. En otras ocasiones, creía estar en las alturas de los desfiladeros pero a veces solo saltaba de una piedra de no más de un metro de altura.  Otras se imagina luchando contra la corriente del Éufrates rio arriba, peleando contra pirañas del amazonas o esquivando las lanzas viciosas de los nativos del Niágara. Y todo eso sucedía cuando tomaba una ducha.
Era realmente extraño pensar en cazar por la mañana pero debía hacerlo, su instinto bestial lo ordenaba. Generalmente las mejores oportunidades eran durante la noche ya que la presa estaba distraída de sus depredadores naturales. También recuerda haber tenido éxito alguna que otra tarde, pero no lo conmemora en claridad. Había sucedido hace tanto tiempo que hasta parece que su memoria estuviese compuesta de fotos viejas y borrosas. Había algo en el aire que le decía que aquella mañana era especial. Una fuerza superior, es instinto animal, ese olor a tierra mojada después de la lluvia a pan recién horneado. Desde que se despertó sintió un vigor que no experimentaba desde hace al menos treinta años. Se arrojó al piso cayendo sobre sus brazos fornidos y anchos, aunque sin la fuerza de antaño, y realizó tres flexiones antes de sentir el primer calambre y dar el primer resoplón de aire. Eso era un buen augurio. Se froto su insipiente calva y pasándose la mano se peinó los tres pelos que poseía, en la región izquierda de su cabeza. Se abrochó tres botones de la camisa sin mangas; entre los ojales surgían aterrorizantes algunos bellos del pecho y más abajo su protuberancia abdominal, orgullosa y carismática; para caer en dos piernas escuálidas y de carnes asustadizas.
Se encaminó hacia su presa, preparando el armamento. Mentalizando su objetivo, la forma, el degüelle, la sangre a brotando a borbotones como la fuente de plazoleta ferroviaria. Avistaba hacia los costados y se agazapaba hacia ella. La luz cortaba la sombra del lugar trazando rayas en el aire en los que se percibía como las partículas de polvo flotaban y se balanceaban.  Luego de caminar unos segundos, vio como la presa, desprevenida caminaba hacia su derecha dándole la espalda. Su instinto nunca falla y se dispuso al ataque. Tomo aire y lo retuvo por un momento. Cuando fue oportuno se lanzó a la carga del trofeo. Lucho desesperadamente hasta reducirlo y arrojarlo al piso. Dejó caer el peso de su cuerpo  para inmovilizarlo y con una de sus manos oprimió ambos brazos de animal. Luego con otra de sus manos tomó su arma y se dispuso a darle el disparo final… ¡No estaba cargada! ¿Cómo puede ser que a semejante cazador se le escape la perdiz?
Se pone de píe y decepcionado se aleja. Piensa que pudo haber pasado, como se no vio el detalle, esa era su oportunidad… Recuerda haber puesto la munición al costado de su cama y corre a buscarla. Pero no las encuentra. Furioso de tal traición abre la ventana de la casa y asoma su barriga golpeando las macetitas con cardones, de esas que están de moda ahora, las cuales caen inmediatamente al suelo y estallan en mil pedazos. Iracundo grita - ¡las balas! ¿Dónde están las balas? – Mientras en el cuarto de baño, en un estado mecánico casi robótico,  su hijo adolescente padece desde hace horas la fervorosa y ahora tortuosa sensación de la autocomplacencia. Diciéndose para sí mismo, esos no eran caramelos. 

domingo, 31 de julio de 2016

Era sólo un buen tipo




El salón estaba poblado de murmullos, de vez en cuando se escuchaba un soplido de nariz, un llanto aislado, una aspiración profunda o un suspiro. La gente llegaba tímidamente en pequeños grupos. Había personas de todas las edades, pero no eran muchas. Lo normal para estas ocasiones. Compromisos de gente conocida, familiares, algún que otro amigo, compañeros de trabajo, hijos, un nieto, dos amantes de la juventud desentendidas de la familia, y un vecino.  Siempre con una sonrisa en la cara, dijo uno de los invitados. Es curioso que haya quienes te inviten a esos eventos. Es verdad, nunca estaba de mal humor, dijo una señora ya de edad avanzada. ¡Era tan joven! Exclamó otra que se encontraba a su lado. Dios siempre se sirve del mejor plato dijo una vieja religiosa en la esquina, mientras manoseaba un rosario. Un niño lloriqueaba en un rincón, al lado de su madre. No sabía que pasaba ahí, solo tenía ganas de irse. En la escuela, recuerdo, siempre fue atento y muy compañero, dijo un hombre, mientras se acercaba dando pasos cortos hacia el cajón, que estaba cerrado. Muchas gracias por venir, le dijo una señora que se encontraba al lado del cajón. Se dieron un reconfortante abrazo. Ella contenía el llanto a duras penas. No quería que lo viesen en su despedida, por eso está cerrado, dijo la señora. ¿Fue su último deseo? Preguntó el hombre. Sí, así es, respondió cortante. Las horas pasaban, y las personas entraban y salían, saludaban, contaban anécdotas, lloraban, rezaban, y se iban. Llegada la media noche, la hora esperada del café. La mujer que estaba, ahora sentada, al lado del cajón se paró e hizo una seña a una de las muchachas que estaba sirviendo el café. Luego le susurró algo al oído. La muchacha se alejó del salón atravesando una puerta, al cabo de unos minutos regresa con una torta en sus manos.  La mujer se para y dice: Muchas gracias a todos por haber asistido, mi marido los quería mucho a todos. Sé que es así. En su último deseo, dijo con voz entrecortada y melancólica, pidió que en el café de medianoche repartamos esta torta que ordeno hacerla especialmente para la ocasión. No soportó más la tensión del momento en irrumpió en el llanto. Se sentó y recostó su cuerpo sobre el cajón, mientras lloraba. Las muchachas siguieron con su deber y repartieron la torta y el café entre los presentes. Llegada la mañana, mientras se disponían a mover el cajón, el hombre compañero de la escuela se ofrece para ayudar a levantarlo. Está curiosamente muy ligero, dijo. Asintiendo con la cabeza, uno de los empleados del velatorio le responde, es que cremaron el cuerpo y las cenizas quedaron en la cocina. 

sábado, 16 de julio de 2016

Premoniciones





Tengo la certeza que 
en lo mundano de mis días,
en las noches tibias de primavera,
en la cola del banco,
en el mate lavado
 no estarás.
Tampoco te veré en los platos sucios,
en el fondo de una botella de cerveza,
en los libros viejos,  
en las melodías de media tarde.
Te buscaré en las paradas de colectivos,
en las tapas de los diarios,
dentro de una caja de zapatos,
en las que no estarás.
Miraré los rostros en marañas de calles,
a través de ventanas en bares,
en la placita del centro,
en la puerta de mi casa,
y no estarás.
Así seguiré mis días viviendo como se vive,
preso de este álbum de memorias,
y en mi final, cuando te busque
Tampoco estarás. 

viernes, 8 de julio de 2016

¡Billiken miente! 200 años de la declaración de la independencia




Existen sucesos importantes en la historia de una nación. Muchas veces festejamos su “cumpleaños” representado en fundaciones, creaciones, y cosas por el estilo que sólo sucede en los países Europeos. Nosotros, las ex – colonias, ahora más bien lociones de cartilla, conmemoramos nuestra independencia, la libertad de toda hegemonía extranjera.

No se sabe muy bien si es que esta declaración de independencia es más parecida a como se festeja un divorcio o un cumpleaños de 15. Aunque creo que lo segundo es lo que más parecido. En Argentina se vive en ésta víspera nocturna, son las 20:30 hs del día 8 de julio de 2016, sus 200 años de dicho evento. Ya se puede observar que por doquier rondan los videos emotivos repletos de imágenes antiguas y canciones folklóricas decoradas con un frio espeluznante. El invierno es cruel. Pero lo que nadie sabe es la farsa que se esconde detrás de este festejo tan opulento y poco imaginativo.




Desde chicos que se nos ha educado con imágenes representativas de la “casita de Tucumán” pintada en un amarillo chillón. Esta imagen se veía en libros de historia, revistas infantiles, dibujos animados; mas aun hasta el día de hoy es posible observarlo.   El humilde cronista Mario del Cerro, cuenta en uno de su autobiografía no autorizada, sufría de esquizofrenia y bipolaridad. Cuando una personalidad editaba el libro, la otra no se daba cuenta de lo sucedido. Al momento de salir este, trato de manera legal no autorizarla. No pudo lograrlo. En dicho libro se encuentran fragmentos muy interesantes que a continuación vamos a exponer.



De joven manifiesta haber tenido la suerte de ir en un viaje escolar de visita al monumento histórico. Se dio cuenta que estaba pintada de blanco marfil. Desde aquel entonces se ha dedicado a cuestionar las verdades históricas ocultas y cómo nos hacen pasar gato por liebre en los libros de historia y las clases de las afamadas ciencias sociales.



En el suceso independentista no fue más que una farsa montada magistralmente para ocultar el primer prostíbulo VIP de la nueva nación. Lo curioso que ya en esa época se utilizaba la palabra VIP marcando el notable esnobismo porteño. La historia comienza luego del la revolución de mayo en donde el país era un lustroso entuerto  de dimes y diretes. Lo cierto era que con la guerra revolucionaria y las batallas internas entre las provincias había un sinfín de soldados sedientos de pasiones y muy lejos de sus hogares.

Muy astutamente la señora Francisca Bazán decidió utilizar su casa, curiosamente la más grande de  la ciudad, como cuartel central de operaciones. Un burdel estratégico. Un año atrás, ella había asistido a una sesión del congreso en donde se discutían menesteres del ámbito político, los cuales a ella no le interesaban para nada. Aprovechó esa posibilidad para ponerse en contacto con los altos líderes políticos e invitarlos a una “fiesta libertadora” con promesas de vino patero, agua ardiente y el espíritu de la pachamama en forma de flor. La señora manifestaba que la verdadera opresión estaba entre las piernas de una mujer y que el remedio de esta enfermedad se encontraba en las piernas de otras mujeres mucho más despreocupadas.  

Esa propuesta simpática y picaresca logro convencer a los congresales y los invitó a visitarla, un año más tarde. La primera orgia patria ya tenía lugar y fecha. Se logró advertir la peculiaridad de la situación a través de correspondencia entre San Martin y Araoz. En esta correspondencia, Araoz invita a San Martin a unirse al festejo. Se puede leer el siguiente fragmento: para ser libre de Remedios, tenéis que enférmate de putaz. A lo que San Martin responde: puede que necesite unos días de enfermedad, pero con mis soldados cruzamos los andes y sabemos que el amor fraterno se da en combate. Gracias pero no gracias. Cortante, en aquella declaración de amor a las fuerzas armadas y lejos de poder unirse a los festejos patrios tucumanos, Araoz redacta notas y las envía a las provincias cercanas. Jefes militares, curas y hombres de alta alcurnia responden a su llamado casi sin dudarlo. Así es como Tucumán se viste de fiesta, en las ventanas de las casas se asoman lámparas pintadas en rojo, símbolo del federalismo, flores  y guirlandas, ese mismo año se prohibieron las enaguas.

Los detalles que el autor manifiesta en su texto son algo escuetos pero dice que esta farsa es descubierta cuando la mujer de Juan José Paso lee la correspondencia de entre este y Araoz. En las cartas Araoz le dice que “las piernas de la patria lo invitan a liberarse y sentirse independiente”.  Enfurecida, con justa razón, ella le exige que le explique el significado de la libertad, y esa famosa independencia. Este, débil de carácter pero hábil en el manejo de la retorica le dice que “para ser libres e independientes de toda fuerza extranjera hay que entregarse al amor de la patria e ir al congreso en Tucumán. Porque la patria es grande y entre sus piernas entramos todos”. Allí se sientan la base de la mentira liberadora del país. Una vez en Tucumán Paso le comenta a  Araoz y los demás “congresales” de su mentira y que le apremia redactar una especie de documento donde diga que acá no ha pasado nada. Los presentes discuten el contenido de ese documento y a uno, no nombrado en los relatos históricos, dice: la mejor excusa es labrar un Acta de Independencia para luego enaceitar el fusil de la libertad. Metáfora astuta pensaron los demás y de esa menara prepararon el entuerto. Minutos más tarde entre bebidas espirituosas y humos cannabicos se lo escuchó a Francisco Narciso Laprida gritar “somos libres” y agacharse dándole la espalda al mulato Miguel.

La historia se pierde poco más delante de este último suceso, ya que los pocos cronistas existentes no estaban en condiciones de redactar. De este modo es como llegamos a forjar nuestro país en base a orgias populares y nacionales, traiciones y corrupción. Está en nuestras raíces. No entiendo porque tanto espanto hoy por hoy al ver los noticieros. Finaliza el autor esa nota, a la cual desde la casa editorial creemos que está en lo cierto.   

sábado, 25 de junio de 2016

Guía de lectura para el mal lector



En las artes se cree que si sos músico te tiene que gustar la música y ser un melómano. Si sos pintor debes saber observar bien tus alrededores. Un escritor debe leerse todo. Por suerte gozo de una gran ventaja: desde joven tengo una tendencia hacia la escritura, aunque no por eso soy un escritor. Soy claramente alguien que sabe escribir. Esto me permite darme el lujo de no sentir pasión por la lectura, soy un mal lector. Leo lo que siento y quiero. Pero, me cuesta terminar hasta las historietas. Es por eso que creo que los malos lectores merecemos tener una referencia acerca de qué y cómo leer.

En primer lugar usted debe identificar si es un mal lector o un buen lector. Es obvio que si llegó hasta aquí es porque posee la capacidad de leer. También se puede inferir que se siente atraído o tal vez curioso por estas letras. Si al final de este texto usted se siente conforme y continua leyendo textos de este autor. Usted es definitivamente un buen lector, y deberá evitar de todas las formas posibles seguir leyendo estos textos. Sin embargo si al finalizar la lectura, si es que logra finalizarla, usted es un mal lector y podrá hacer lo que desee. Es más casi podría decirse que posee la llave de la literatura en sus manos. Porque lo que el mundo no sabe es que la literatura no está hecha para los grandes lectores, para los tipos de anteojos gruesos y aburguesados, la literatura fue concebida para los que leemos en los parques, en los colectivos o en las colas del supermercado. Una vez que usted sepa a clase de hombres pertenece, prosiga con esta lectura, si se atreve.   

Debo confesar que en mi mesa de luz siempre rondaron libros, revistas, papeles, etc. Todos a medio leer y sin terminar. Esto se debe a que me someto a ciertas reglas. La primera es que: si un cuento tiene más de 5 hojas, úselo para prender el fuego del asado. Otra es que si va a leer una novela y el primer capítulo tiene más de diez hojas, guarde el libro y piense en nivelar la mesa o apuntar la pata de la cama que tiene rota. La regla de oro en las novelas es que si el primer capítulo no invita a seguir leyendo, mejor que duerma en la biblioteca. A veces es necesario presumir libros en la biblioteca, como en los estudios jurídicos. En cambio para los libros de cuentos la regla de lectura es muy diferente. Lo que se hace es agarrar el libro y abrir el índice;  ver los cuentos. Leer atentamente los títulos. Cabe hacer la aclaración para todo aquel editor de libros que no incluya un en sus colecciones de cuentos un índice con los títulos y el número de páginas no merece hacer el libro. Dedíquese a vender artículos sin catalogar o envases plásticos. Volviendo al tema de los cuentos; una vez leídos los títulos escoja el que más le guste, comience a leerlo. Si no le gusta tire el libro y olvídese de ese autor.  En esto hay que ser imparcial, impávido y cruel. No hay que darles segundas oportunidades a los cuentistas. Bajo ningún pretexto. Porque cuando terminas el cuento que no te gusto entonces seguís por algún otro; y este si te gusta vas a reconsiderar al escritor. Y como es un cuentista sabemos que miente, unos mejor que otros, entonces es muy probable que nos mienta que es bueno y hasta consideremos comprar sus libros. En este sentido los novelistas son un caso aparte. Si ha leído una novela de alguno y es muy buena. Quédese con esta novela y no lea otra. No porque el novelista sea un mentiroso sino porque es muy probable que no tenga otra novela buena o que merezca ser leída con pasión y entrega. Los novelistas son tipos de un sólo gol. Completamente desechables y aburridos. Es muy probable que un novelista no haya querido ser astronauta o delantero de futbol cuando era chico. Un novelista nace queriendo ser economista, martillero público o escribano. Pero se le dio por escribir y la pegó con un libro. Es por eso que si usted va a leer, y realmente no se siente seguro, lea un cuento y seguramente será feliz.     

viernes, 24 de junio de 2016

El tiempo


Intentó aclarar la voz un par de veces, tomó un sorbo de agua y dejó el vaso sobre la mesa. Pero, no. Todavía sentía esa sensación. Un tipo de vacío, alguna ausencia tal vez, o simplemente era el sabor amargo que todavía dibujaba su recuerdo. El de ella. Estaba claro que hubiera preferido más. Más tiempo. O tal vez el mismo, sin un minuto menos o alguno de más, simplemente poder volver atrás. Ganarle la pulseada al destino y la rigurosidad física, volver atrás. Hacer lo correcto.  

Todo en esta vida está cronometrado, medido, tasado, pesado, en fin, en mayor o menor medida: cuantificado. El tiempo es el rey de esas mediciones. Es la profunda existencia humana tratando de controlar el algo que lo domina y lo supera. Tratando de maniatar a un dios y decirle de qué lado del paraíso le corresponde estar, porque el resto ha sido conquistado por el hombre y para el hombre. Así es como se sentía. 

Se encontraba dueño de la más pura y profunda impotencia de no poder detener las tres agujas que señalan el final premeditado, predestinado, presunto, presente y pasado, todo junto. La manifestación del laberinto perfecto. Y él estaba en su centralidad tratando de sobrellevar su existencia de ser finito y lastimoso. Sabiendo que no lo lograría y sin decir aquellas palabras que tenía atragantadas desde aquel momento, volvió a mirar aquel objeto, apoderado supremo de la cripta existencial. Entonces sintió como la arena se le escabullía entre sus dedos, cerró los ojos y soltó de forma continua, por unos segundos, un lento suspiro que decía en secreto su nombre. 

miércoles, 15 de junio de 2016

De visiones y misiones

Me he estado debatiendo sí que son más difíciles las bienvenidas o las despedidas. Los proyectos que comienzan siempre aspiran a futuros magníficos o sueños eternos llenos de éxito, famosa condena expresada en nefastas voces políticas. En cambio cuando algo se rompe, cuando termina; la destrucción y su muerte es meritoria del fracaso, el llano, las despedidas, infamias y opiniones de diario del lunes.

No puedo, de ninguna manera y bajo ningún pretexto, darme el lujo de ninguna de esas opciones.

Estoy compuesto y colmado de relatos; tan siniestros como elegantes de galera y bastón, con los pies llenos de barro.

Estos relatos serán tan reales como distantes del mundo en el que vivo, de mi universo y esos pequeños fragmentos de luz, esas piedras maravillosas que brillan e iluminan mis días, esa melancolía de rincones oscuros, algunos rayos finitos e infinitos de esperanza, un poco amor de cartón o cartulina, espejos pulidos con bruma espesa como espuma de cerveza o tal vez como la de un café, gritos de goles, de goles en contra, de poemas de amor, de música ajena y desentonada.

Y así será que bailando en ese candombe, juntando esa amalgama daré cuenta de lo que veo, de cómo lo veo.

Y si es final o es principio, el tiempo lo dirá. Yo, como lo dijo Fito, vengo a ofrecer mi corazón.