La gente se
preparaba con anticipación al gran evento popular. Se bañaban, perfumaban, se vestían
elegantes. Salían sonrientes. Se cruzaban en las calles contando a donde iban.
Invitaban a todo el mundo por si no sabían lo que estaba sucediendo. Algunos
iban con su pareja, otros con grupos de amigos, otros solos. También compraban
flores o algún presente, o a veces nada. Lo importante era asistir.
Toda esa manía
empezó hace mucho tiempo, no se recuerda exactamente cuándo. Algunos sugieren
que fue cuando se publicó por primera vez en el diario local que debían asistir.
Otros dicen que esto sucedió cuando lo escucharon en la radio. Mientras que los
devotos afirman haberlo escuchado en la misa de algún domingo lejano.
Pero lo importante
era que todos querían estar presentes de la forma que fuese. Hasta que llegó la
necesidad de ser parte activa del espectáculo. Por ese entonces el festival se
celebraba cuando ocurría, pero sucedió que hubo un mes en particular que el
festival se festejo hasta 3 veces por semana. Todas las veces sin previo aviso
y de manera natural. Al mes siguiente un grupo de aficionados, aburridos y
sumidos en la nostalgia decidieron activar el festival y cometieron el primer
suicidio. Un joven se arrojó del edificio más alto del lugar, el campanario de
la Iglesia. Una caída en picada de más de 50 metros estallando en el suelo como
si fuese un globo lleno de agua. Una vez más el pueblo estaba contento de poder
festejar el despliegue de grandeza, color y llanto que era el festival. De esta
manera siguieron suscitando más suicidios: sobredosis, ahorcamientos, cortes de
muñecas, disparos en la cabeza, etc. El festival se hizo cada vez más popular y
hasta venia gente de pueblos cercanos. Lamentablemente, los suicidas
voluntarios dejaron de existir y aparecieron los más famosos espectadores
activos. Fue entonces que apareció el primer asesino serial quien mantuvo al
festival sobre ruedas durante un año y medio hasta ser encontrado por la
justicia y ejecutado. De esa manera culmino su obra y espectáculo con un saldo
a favor de 500 ediciones festivaleras como espectador y artista y una como
artista exclusivo. Su fama recorrió el pueblo y en las semanas subsiguientes
aparecieron imitadores y fanáticos que replicaban su accionar matando a sus
familias, gente desconocida, al vecino de la vuela, al almacenero, la vieja que
nunca quiere devolver la pelota, a los pibes molestos que no dejan dormir la
siesta, etc. Uno por uno edición tras edición se fue ejecutando a los
festivaleros y festivos hasta llegar al punto en que debo decir que esta edición
final no la verá nadie. Es por eso que debía dejar registro.
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