jueves, 6 de octubre de 2016

Las corbatas del señor López




“El hábito hace al monje” dicho popular que hace del disfraz toda una virtud y el siguiente caso no es una excepción.


El señor López se levanta por las mañanas y apaga el despertador siempre cinco minutos antes de que este suene. Se sienta en un costado de la cama y clava su mirada perdida, profunda, atónita ante la blancura de la pared o el picaporte de la puerta. Allí espera que suene el despertador para apagarlo y refregarse la cara con ambas manos, bufando aire matinal. Prefiere sentir el frio del piso con sus pies desnudos, piensa que así se conecta mejor con la inmensidad del mundo en el que se mueve; desea sentirse grande, y a la vez saber que es pequeño. El hormigueo recorres sus pies cuando a paso lento se dirige hacia la cuarto de baño. Odia por sobre todas las cosas tener contacto con el agua fría al lavarse la cara, aunque sabe que eso lo despabila mejor. La furia dura unos segundos, hasta volver a entrar en calor. Cepilla sus dientes con armoniosa tranquilidad y luego enjuaga sus fauces. Hace sus necesidades y mira de reojo alguna revista o librito que hay en el baño piensa que podría leer algo que lo transporte lejos de la tortura, un viaje al extranjero tal vez, pero no se atreve a tocar nada. Vuelve a la habitación, mira la cama revuelta, las nervaduras de las sabanas. Ve la figura perfecta de su propio cuerpo inerte en las noches. Sabe que hay mejores formas de dormir, pero también de despertar. Abre el placar aletargado buscando un par de pantalones. Encuentra unos grises, perfectamente doblados y planchados. Pero toma unos negros, los mismos que vistió el día anterior, la vida anterior. Se viste, y busca los zapatos perfectamente conservados, llenos de polvo. Viaja al inframundo para atarlos y regresa de pie. Vuelve al placar y observa las corbatas. Debe elegir una: verde, roja, negra, a rayas, azul, gris, con lunares, lisa, marrón; no se decide rápido. Piensa en tomar la misma del día anterior, pero cambia de parecer. Toma una que pensaba usar, la última tal vez, la anuda a su cuello y se deja caer.       

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