El salón
estaba poblado de murmullos, de vez en cuando se escuchaba un soplido de nariz,
un llanto aislado, una aspiración profunda o un suspiro. La gente llegaba tímidamente
en pequeños grupos. Había personas de todas las edades, pero no eran muchas. Lo
normal para estas ocasiones. Compromisos de gente conocida, familiares, algún que
otro amigo, compañeros de trabajo, hijos, un nieto, dos amantes de la juventud
desentendidas de la familia, y un vecino. Siempre con una sonrisa en la cara, dijo uno
de los invitados. Es curioso que haya quienes te inviten a esos eventos. Es
verdad, nunca estaba de mal humor, dijo una señora ya de edad avanzada. ¡Era tan
joven! Exclamó otra que se encontraba a su lado. Dios siempre se sirve del
mejor plato dijo una vieja religiosa en la esquina, mientras manoseaba un
rosario. Un niño lloriqueaba en un rincón, al lado de su madre. No sabía que
pasaba ahí, solo tenía ganas de irse. En la escuela, recuerdo, siempre fue
atento y muy compañero, dijo un hombre, mientras se acercaba dando pasos cortos
hacia el cajón, que estaba cerrado. Muchas gracias por venir, le dijo una señora
que se encontraba al lado del cajón. Se dieron un reconfortante abrazo. Ella contenía
el llanto a duras penas. No quería que lo viesen en su despedida, por eso está
cerrado, dijo la señora. ¿Fue su último deseo? Preguntó el hombre. Sí, así es, respondió
cortante. Las horas pasaban, y las personas entraban y salían, saludaban,
contaban anécdotas, lloraban, rezaban, y se iban. Llegada la media noche, la
hora esperada del café. La mujer que estaba, ahora sentada, al lado del cajón
se paró e hizo una seña a una de las muchachas que estaba sirviendo el café.
Luego le susurró algo al oído. La muchacha se alejó del salón atravesando una
puerta, al cabo de unos minutos regresa con una torta en sus manos. La mujer se para y dice: Muchas gracias a
todos por haber asistido, mi marido los quería mucho a todos. Sé que es así. En
su último deseo, dijo con voz entrecortada y melancólica, pidió que en el café
de medianoche repartamos esta torta que ordeno hacerla especialmente para la ocasión.
No soportó más la tensión del momento en irrumpió en el llanto. Se sentó y recostó
su cuerpo sobre el cajón, mientras lloraba. Las muchachas siguieron con su
deber y repartieron la torta y el café entre los presentes. Llegada la mañana,
mientras se disponían a mover el cajón, el hombre compañero de la escuela se
ofrece para ayudar a levantarlo. Está curiosamente muy ligero, dijo. Asintiendo
con la cabeza, uno de los empleados del velatorio le responde, es que cremaron
el cuerpo y las cenizas quedaron en la cocina.
Faaa! Buenísimo! No sé si reírme o queda mal. Jeje
ResponderEliminarJajaja las dos cosas, te podes reir y queda mal :P jaja
Eliminar