sábado, 25 de junio de 2016

Guía de lectura para el mal lector



En las artes se cree que si sos músico te tiene que gustar la música y ser un melómano. Si sos pintor debes saber observar bien tus alrededores. Un escritor debe leerse todo. Por suerte gozo de una gran ventaja: desde joven tengo una tendencia hacia la escritura, aunque no por eso soy un escritor. Soy claramente alguien que sabe escribir. Esto me permite darme el lujo de no sentir pasión por la lectura, soy un mal lector. Leo lo que siento y quiero. Pero, me cuesta terminar hasta las historietas. Es por eso que creo que los malos lectores merecemos tener una referencia acerca de qué y cómo leer.

En primer lugar usted debe identificar si es un mal lector o un buen lector. Es obvio que si llegó hasta aquí es porque posee la capacidad de leer. También se puede inferir que se siente atraído o tal vez curioso por estas letras. Si al final de este texto usted se siente conforme y continua leyendo textos de este autor. Usted es definitivamente un buen lector, y deberá evitar de todas las formas posibles seguir leyendo estos textos. Sin embargo si al finalizar la lectura, si es que logra finalizarla, usted es un mal lector y podrá hacer lo que desee. Es más casi podría decirse que posee la llave de la literatura en sus manos. Porque lo que el mundo no sabe es que la literatura no está hecha para los grandes lectores, para los tipos de anteojos gruesos y aburguesados, la literatura fue concebida para los que leemos en los parques, en los colectivos o en las colas del supermercado. Una vez que usted sepa a clase de hombres pertenece, prosiga con esta lectura, si se atreve.   

Debo confesar que en mi mesa de luz siempre rondaron libros, revistas, papeles, etc. Todos a medio leer y sin terminar. Esto se debe a que me someto a ciertas reglas. La primera es que: si un cuento tiene más de 5 hojas, úselo para prender el fuego del asado. Otra es que si va a leer una novela y el primer capítulo tiene más de diez hojas, guarde el libro y piense en nivelar la mesa o apuntar la pata de la cama que tiene rota. La regla de oro en las novelas es que si el primer capítulo no invita a seguir leyendo, mejor que duerma en la biblioteca. A veces es necesario presumir libros en la biblioteca, como en los estudios jurídicos. En cambio para los libros de cuentos la regla de lectura es muy diferente. Lo que se hace es agarrar el libro y abrir el índice;  ver los cuentos. Leer atentamente los títulos. Cabe hacer la aclaración para todo aquel editor de libros que no incluya un en sus colecciones de cuentos un índice con los títulos y el número de páginas no merece hacer el libro. Dedíquese a vender artículos sin catalogar o envases plásticos. Volviendo al tema de los cuentos; una vez leídos los títulos escoja el que más le guste, comience a leerlo. Si no le gusta tire el libro y olvídese de ese autor.  En esto hay que ser imparcial, impávido y cruel. No hay que darles segundas oportunidades a los cuentistas. Bajo ningún pretexto. Porque cuando terminas el cuento que no te gusto entonces seguís por algún otro; y este si te gusta vas a reconsiderar al escritor. Y como es un cuentista sabemos que miente, unos mejor que otros, entonces es muy probable que nos mienta que es bueno y hasta consideremos comprar sus libros. En este sentido los novelistas son un caso aparte. Si ha leído una novela de alguno y es muy buena. Quédese con esta novela y no lea otra. No porque el novelista sea un mentiroso sino porque es muy probable que no tenga otra novela buena o que merezca ser leída con pasión y entrega. Los novelistas son tipos de un sólo gol. Completamente desechables y aburridos. Es muy probable que un novelista no haya querido ser astronauta o delantero de futbol cuando era chico. Un novelista nace queriendo ser economista, martillero público o escribano. Pero se le dio por escribir y la pegó con un libro. Es por eso que si usted va a leer, y realmente no se siente seguro, lea un cuento y seguramente será feliz.     

viernes, 24 de junio de 2016

El tiempo


Intentó aclarar la voz un par de veces, tomó un sorbo de agua y dejó el vaso sobre la mesa. Pero, no. Todavía sentía esa sensación. Un tipo de vacío, alguna ausencia tal vez, o simplemente era el sabor amargo que todavía dibujaba su recuerdo. El de ella. Estaba claro que hubiera preferido más. Más tiempo. O tal vez el mismo, sin un minuto menos o alguno de más, simplemente poder volver atrás. Ganarle la pulseada al destino y la rigurosidad física, volver atrás. Hacer lo correcto.  

Todo en esta vida está cronometrado, medido, tasado, pesado, en fin, en mayor o menor medida: cuantificado. El tiempo es el rey de esas mediciones. Es la profunda existencia humana tratando de controlar el algo que lo domina y lo supera. Tratando de maniatar a un dios y decirle de qué lado del paraíso le corresponde estar, porque el resto ha sido conquistado por el hombre y para el hombre. Así es como se sentía. 

Se encontraba dueño de la más pura y profunda impotencia de no poder detener las tres agujas que señalan el final premeditado, predestinado, presunto, presente y pasado, todo junto. La manifestación del laberinto perfecto. Y él estaba en su centralidad tratando de sobrellevar su existencia de ser finito y lastimoso. Sabiendo que no lo lograría y sin decir aquellas palabras que tenía atragantadas desde aquel momento, volvió a mirar aquel objeto, apoderado supremo de la cripta existencial. Entonces sintió como la arena se le escabullía entre sus dedos, cerró los ojos y soltó de forma continua, por unos segundos, un lento suspiro que decía en secreto su nombre. 

miércoles, 15 de junio de 2016

De visiones y misiones

Me he estado debatiendo sí que son más difíciles las bienvenidas o las despedidas. Los proyectos que comienzan siempre aspiran a futuros magníficos o sueños eternos llenos de éxito, famosa condena expresada en nefastas voces políticas. En cambio cuando algo se rompe, cuando termina; la destrucción y su muerte es meritoria del fracaso, el llano, las despedidas, infamias y opiniones de diario del lunes.

No puedo, de ninguna manera y bajo ningún pretexto, darme el lujo de ninguna de esas opciones.

Estoy compuesto y colmado de relatos; tan siniestros como elegantes de galera y bastón, con los pies llenos de barro.

Estos relatos serán tan reales como distantes del mundo en el que vivo, de mi universo y esos pequeños fragmentos de luz, esas piedras maravillosas que brillan e iluminan mis días, esa melancolía de rincones oscuros, algunos rayos finitos e infinitos de esperanza, un poco amor de cartón o cartulina, espejos pulidos con bruma espesa como espuma de cerveza o tal vez como la de un café, gritos de goles, de goles en contra, de poemas de amor, de música ajena y desentonada.

Y así será que bailando en ese candombe, juntando esa amalgama daré cuenta de lo que veo, de cómo lo veo.

Y si es final o es principio, el tiempo lo dirá. Yo, como lo dijo Fito, vengo a ofrecer mi corazón.