Esta es una
historia trágica, sucedió en un pequeño pueblito perdido en el norte argentino
había un grupo de jóvenes abrumados de aburrimiento. Este pueblito no tenía
diversiones aparentes o entretemientos estridentes que todo joven busca para
dotar su vida de emoción y adrenalina. Las mañanas comenzaban pasadas las nueve
y media, a esa hora se escuchaba al diariero pregonar su venta, pero todos
sabían que vendía el diario del día anterior. El único bar que había no abría
nunca y cuando lo hacía decía que no podían atender porque no tenían mesas
libres; en el bar solo disponían de sillas. La plaza central era un punto de
reunión donde los jóvenes solían tirarse sobre los bancos a mirar y contemplar
el paisaje. Invariablemente iban por las tardecitas porque al horario de la
siesta no era posible, solo había un banco con sombra y siempre estaba ocupado
por el vagabundo del lugar quien descansaba a esa hora. Las asoleadas tardes
resultaban imposibles de aguantar y los pocos aventureros que salían a caminar
por esas horas después de unos días sucumbían en terribles agonías psicodélicas
a causa del golpe de calor.
Una de esas tardes,
yendo hacia la plaza, un grupo de jóvenes se toparon con un objeto tirado en la
vereda. Este era macizo parecía ser un ladrillo feo y de absoluta mala calidad.
Hasta en un punto parecía deshojarse y estar compuesto de pequeñas betas. Era
de color rojizo y una trama de líneas como si fuese una tela. Ellos
contemplaron con asombro el objeto inánime en el suelo. Finalmente, uno de
ellos se animo a levantarlo y al sostenerlo, este desprendió migajas de polvo y
uno que otro gusano. En una de sus lados poseía unas letras doradas y se podía
leer un titulo. Por respeto a los actores originales y por miedo a que esto
suceda nuevamente no mencionaremos el mismo. Estos tres jóvenes sintieron
curiosidad y uno de ellos tomó el libro y dijo “vamos a leer esto, parece ser un
libro”. El resto accedió sin respuesta moviendo la cabeza tímidamente, aun sin
saber que era un libro o algo parecido. Decidieron arreglar los turnos de
lectura jugando piedra, papel o tijera, y como el libro era demasiado “gordo”
decidieron leerlo en tres partes y que cada uno cuente lo que sigue al
siguiente en turno.
El primero en
leer el libro decidió llevarlo en el bolsillo del pantalón. Caminó hasta su
casa y entró rápidamente para que sus padres no lo vieran. Esa noche leyó por
completo su parte, obsesionado decidió traicionar a sus compañeros y emprendió la lectura de otra
parte más pero ya no resistió el sueño y durmió. Al día siguiente se juntaron para escuchar el relato y su amigo
no llegaba. Estos dos fueron a buscarlo a su domicilio. Al llegar ahí la madre
los recibió entre sollozos y dijo que su hijo estaba muy enfermo, que no lo
podían despertar. Los muchachos quisieron ver a su amigo y pasaron a su
habitación. El pobre estaba tieso en la cama con el seño fruncido y de vez en
cuando lágrimas caían por su rostro, mientras sus labios estaban deformados y a
veces repetían “no puede ser, no puede ser”. Los muchachos se apresuraron al
salir, no querían ver a su amigo sufrir.
Una vez afuera,
uno le muestra al otro el libro “lo he sacado, y es tu turno para leer” dijo.
El otro alegre y curioso se apresuro a tomar el libro. Esa misma noche quiso
leerlo pero en la televisión pasaban la serie americana que tanto le gusta.
Dejo al libro tirado en la cama. A la mañana siguiente intento retomar la
lectura pero no lograba concentrarse, había algo que le perturbaba. Desconfiaba
de esas páginas casi borrosas y amarillentas. Debía reconocer que la historia
era interesante, que la trama intrigaba pero no bastaba para convencerlo. Ahí
entre esas hojas había algo más, lo sabía. Es por eso que dejo de leer el libro
y salió al encuentro de su amigo, decidido a entregarle ese objeto y a no
volver a hablar del tema nunca más. Tomó la bicicleta y pedaleo lo más rápido que
pudo hasta el encuentro. Fue entonces cuando recordó algo de la trama, pensó en
aquel personaje que lo llenaba de intriga, en esa casa antigua y el asesino
oculto del cuarto de atrás. Frenó de golpe la bicicleta, se descolgó la mochila
de un hombro y metió la mano rebuscando el viejo libro. Lo abrió y empezó a
leer desmedidamente hasta gritar “¡lo sabía!” Momento justo cuando un camión frigorífico
lo atropella, desparramando sus viseras por toda la cuadra. El camionero
llevaba doce días sin dormir, su record era de 16 días. Se ve que no pudo
aguantar y justamente en ese momento se durmió.
Al juntar el
cuerpo despegando los pedazos del suelo con una espátula, notaron que lo único que
estaba entero era una mano que se aferraba al libro. Los de limpieza decidieron
meter todo en una bolsa de plástico negra. La familia afligida por lo sucedido cavó
un hoyo en el patio y enterraron la bolsa. Su amigo próximo en leer, decidió que
esa clase de cosas no eran para él y se dispuso a contar la historia por todo
el pueblo. Nunca nadie le creyó y de a poco dejaron de hablarle. No terminó la
escuela, encontró la bebida como única salida y le pareció una buena idea
dormir las siestas bajo la acogedora sombra del banco de la plaza del pueblo. Allí
me contó la historia hace ya unos años. Ahora, yo duermo las siestas en aquel
banco también.